domingo, 4 de junio de 2017

Mi último adiós.

Después de subir tantas escaleras, salió a la azotea de aquel altísimo edificio y se apoyó en la barandilla.
Sonrió tristemente y sacó un papel y un bolígrafo de su bolsillo. 
Miró al cielo. Estaba gris.
Quitó algunos mechones negros de pelo de su cara, pudiéndose notar así, sus ojos enrojecidos por el llanto.
Respiró hondo.
Entonces, comenzó a escribir.
"La verdad es que no  ni como empezarhan pasado tantas cosas... Y vosotros no os habéis dado ni cuenta.
Papámamá... Lo siento muchoNo he sido la hija pequeña que esperábais
 que queríais que yo fuese como mi hermana mayor pero... Al parecer no comprendéis que ella es ella y... Yo soy yo.
Os tomáis mis problemas a la ligera sólo porque a ella también le pasó lo mismo a mi edadque si los amigos se distancian y tal..."
La chica suspiró y tragó saliva para poder continuar.
"Pero, ¿sabéis quéQue yo tengo otra forma de pensarde sentir las cosasRepitoyo no soy ellaPero aun así me tratáis como si lo fuesePorque todos los niños son iguales.
Todas esas veces que he llegado a casa muerta de sueño y con ganas de no hacer nada... No era sólo cansancioEstaba deprimidano me encontraba bienY aun así me obligásteis a hacer los deberesestudiar como una loca e ir a clases particularesDa igual como me sienta, ¿no? Porque eso es lo que me parece."
Su escritura comenzó a hacerse algo difícil de comprender. Ella temblaba.
"No voy a negar que habéis sido unos padres genialesque mi hermana ha sido una gran amiga para ... 
Pero en esos momentos en los que más me regañábais era cuando más necesitaba un abrazo..."
No lo aguantó más y lágrimas brotaron de sus ojos sin avisar. No le importó, tenía que seguir.
"Siento como si no me quisieraisSiento que me odiáis más de lo que yo me odio a  misma...
Siento que me hayáis tenido que aguantar tanto tiempo.
Pero tengo buenas nuevasEso no volverá a pasarno me vais a tener que aguantar ni un sólo minuto más
Me voy para siempreya no voy a volver.
No me echéis mucho de menosno lloréis mi muerteno me toméis más en cuenta... Porque ya no vale la pena.
Nos vemos prontoun abrazo..."
Guardó el bolígrafo en su bolsillo y releyó la nota. La verdad es que no sabía qué hacer. No se podía creer que hubiese llegado a tal extremo.
Al extremo de cometer suicidio.
Agarró la hoja de papel con fuerza, arrugándola en su puño bien cerrado.
Subió a la barandilla quedando en pie y miró hacia abajo.
-Lo siento mucho... -susurró y cerró los ojos para ya no volverlos a abrir.
Saltó.

El ratón avaricioso, la serpiente astuta y el león justo.

En el Amazonas había un reino secreto. En él vivían multitud de animales diferentes pero, voy a contar la historia de unos seres en concreto.
Una serpiente vivía en la copa de un árbol y justo a los pies de este, tenía su vivienda un ratoncillo con sus tres crías.
Esa zona del bosque era la mejor, sin duda alguna, pues tenía alimento de sobra y nunca faltaba de nada.
La serpiente tenía entre ceja y ceja a los pequeños ratones y cada vez que veía al ratón ir en busca de comida, trataba de ir a comérselos con tan mala suerte que cada vez que estaba a punto de llegar al suelo, el ratón venía de vuelta.
Ella supo que era demasiado lenta pero no se rendía.
Un día se le ocurrió una gran idea.
Desde una de las ramas, llamó al ratón. Le dijo que había un gran trozo de queso al otro lado del bosquecillo, que les sería muy útil para no andar yendo y viniendo cada día a por algo para comer.
El ratón le hizo caso y fue en busca de ese trozo de queso. Cuando llegó allí no vio ningún queso. Entonces, se dio cuenta. La serpiente le había engañado. Echó a correr, de vuelta a casa. Pero ya era demasiado tarde, allí sólo yacía la serpiente, sus crías habían desaparecido.
El ratón lloraba desconsolado y decidió avisar al rey, un león muy sabio. Cuando llegó allí, el león no pudo decirle más que unas pocas palabras: "A pesar de haber sido mala, la serpiente ha sido muy astuta. Te tendió una trampa en la que, sin haberlo pensado dos veces, caíste por avaricia. Quisiste más aun teniendo todo lo que necesitas y, por ello, ahora tienes menos que antes. Espero que esta experiencia te haya enseñado algo".
A partir de ese momento, el ratón supo qué no hacer y en qué animales no confiar. Y, por supuesto, aprendió a valorar todo lo que tiene.

viernes, 28 de agosto de 2015

El valle donde las mariposas nunca mueren.

El niño reía, estaba feliz allí. Él tenía catorce años y una mala vida, lo solía pasar mal menos en aquel lugar florido donde todo le alegraba, haciéndole la vida más llevadera.
Era rubio, esbelto. En sus ojos se podía ver perfectamente el color del hermoso cielo que andaba mirando, tumbado en el verde pasto junto a flores de vivos colores. La piel de su rostro tenía unas pequeñas pecas encima de su nariz y este, mostraba una brillante sonrisa. Una sonrisa que parecía verdaderamente difícil de desaparecer de sus labios.
En aquel valle, a pesar de ser tranquilo, encontró a sus amigos. Con ellos echaba todas sus risas contenidas de todo el tiempo atrás en el que no les conocía.
Y estaba orgulloso de haberlos encontrado al fin. ¿Qué sería de él si no los hubiese encontrado? Su vida no tendría la misma luz que ahora y todo lo vería gris; sin embargo, no pensaba en lo que pudiese haber ocurrido. No tenía tiempo para amargarse, descartaba completamente la mínima intención de hacerlo.
Él era feliz y así lo seguiría siendo.
Bajo la sombra de un árbol con una copa bastante espesa, veía las nubes desplazándose lentamente y notaba la brisa que movía con suavidad algunos de sus cabellos claros.
No necesitaba cerrar los ojos para imaginarse un lugar mejor. Una diminuta mariposa de color azul, exacto al de sus ojos, se posó sobre su nariz respingada. Aquel acto le sacó una sonrisa y con cuidado, subió su mano izquierda para alargar su dedo índice, pretendiendo que el insecto subiese. Y eso hizo.
El niño, con cautela, separó su dedo de la punta de su nariz y se quedó observando aquella diminuta maravilla alada.
-¿Cómo sería tener unas alas para volar? -Se preguntaba él, pues siempre tuvo la fantasía de poder volar por los cielos y mirarlo todo a vista de pájaro.
Aunque, en realidad no quería unas alas, no sentía la necesidad de tenerlas. Tenía en cuenta que eso no podría ser y como humano que era, tal y como estaba, era todo perfecto.
Empezó a escuchar una melodía muy tranquila mientras las aves piaban y la mariposa que estaba sobre su dedo, salió volando. Así que, el rubio decidió seguirla.
<< ¿A dónde me llevará? >> Pensaba mientras llegaba a un lugar más hermoso aún y lograba ver una pequeña figura humana de cabellos cobrizos oscuros al igual que el color de los ojos de este. Era otro niño, bastante más pequeño que él. Tal vez tuviese unos diez años por su apariencia.
-¡Hermano! -Exclamó, lleno de alegría mientras iba corriendo a su encuentro.
El otro le imitó, con una gran felicidad. Ellos dos no eran hermanos realmente, ni siquiera parientes pero, se trataban como si así lo fuesen.
Jugaron y jugaron hasta que ambos llegaron a su límite y se tumbaron en la hierba, contemplando el cielo. Tenían una sonrisa hasta que el rubio la quitó, poniendo una expresión algo apenada.
-Me tengo que ir ya, lo siento... -miró al pequeño volviendo a poner una cara agradable- Pero te prometo que volveré pronto, ¿está bien?
-Está bien, hermano -el menor no tardó en responder mientras asentía con la cabeza sin quitar su pequeña sonrisa y le daba un abrazo- Te echaré de menos, espero que vuelvas pronto...
El mayor cerró los ojos acariciando los cabellos suaves del niño y toda su bonita vista se desvaneció. Abrió los ojos de nuevo. Ya no estaba allí.
Todo había sido un sueño, un sueño que continuaba cada noche. Había amanecido ahora mismo y su alarma le había despertado, pero él seguía contento. Un día nuevo empezó para él y cogió ánimos para levantarse de la cama e ir a clase.
Cuando estuvo preparado, cruzó la puerta de su casa, saliendo a la calle. Echó una última mirada al interior del pequeño edificio.
-Te prometo que te voy a encontrar -susurró con una sonrisa- Te lo prometo. Estés donde estés, te encontraré y estaremos juntos.
Cerró el portón y empezó a caminar. Tal vez, aunque todos sus días fuesen iguales y aburridos, el de los ojos azules siempre le mostraría una sonrisa al amargo mundo que se presentaba frente a él.

El chico estaba lleno de esperanzas porque sabía que sus sueños se harían realidad, que todo lo que pasaba por las noches lo podría vivir de verdad... Pero hasta que eso no ocurriese, lo que más deseaba él en su día a día era que llegase la hora de ir a dormir y poder volver a ese lugar que tanto amaba. Ese lugar era el valle donde las mariposas nunca mueren.